
Nina Sayers (Natalie ‘voy a ganar el Oscar’ Portman) aspira, como todas sus compañeras de compañía, a convertirse en la bailarina principal de la próxima atracción del estudio: El lago de los cisnes. Años de estudio guiados por su obsesiva y sobreprotectora madre (Barbara Hershey), una ex bailarina, formaron en ella la actitud perfecta para ser el cisne blanco, la representación de la fragilidad y exquisitez, pero a su vez la desarmaron de herramientas para ser su gemela malvada, el cisne negro, quién representa la pasión, el sexo y el descontrol. Mientras los días para el estreno caen rápidamente, Nina se ve envuelta en la búsqueda sin descanso de ese cisne negro que no habita en ella, alcanzando niveles altos de paranoia que mezclan una adolescencia interrumpida, un cuerpo hostigado físicamente, la presión desmedida de su profesor (Vincent Cassel) y la persecuta de una bailarina (Mila Kunis) que se quiere quedar con su protagónico.
Natalie Portman brilla en esta interpretación que le requirió un año de preparación en la danza y le costó una fractura de costilla, pero que, seguramente sanará con su Oscar a mejor actriz el próximo 27 de Febrero. La cámara de Darren Aronofsky es digna de una escuela de ballet, delicada en los planos detalle de manos, pies y espaldas (puntos fuertes de todo intérprete de la danza) pero también despliega su furia cuando sigue de cerca a Nina en su transformación en el cisne negro, momento sublime del largometraje, en el que el espectador parece mirar la performance desde arriba del escenario. Más que acertado y original, el enfoque de la trama desde el thriller psicológico, los juegos permanentes de lo que es y lo que no, mantienen la atención hasta el final, cerrando con un broche de oro que culmina en el suicidio del cisne blanco evidenciando el mensaje directo de la historia: la consagración duele hasta la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario